Desde hace mucho tiempo, el sobreendeudamiento ha sido un problema que afecta a personas y sociedades. Este tema, relacionado con la necesidad de una segunda oportunidad, ha dejado marcas en la historia. Por ejemplo, en las novelas de Charles Dickens, se habla de personas que acababan en prisión por no pagar sus deudas. De manera similar, en El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, Pierre Morrel, un comerciante, piensa en quitarse la vida al no poder pagar lo que debe después de perder un barco.
En la antigüedad, especialmente en el Derecho Romano, no pagar las deudas era visto como algo deshonroso. Las personas que se arruinaban eran señaladas como tramposas, algo que refleja la frase latina: “decoctus, ergo fraudator” (quebrado, luego tramposo). En esa época, no había comprensión ni apoyo para los deudores.
Con el tiempo, aunque el estigma hacia quienes se arruinaban seguía, las leyes empezaron a diferenciar las causas de la quiebra. Por ejemplo, el Código de Comercio de 1885 en España reconocía tres tipos principales de quiebra:
Estas categorías demostraron que no todas las quiebras eran intencionales o por mala conducta. Los negocios y la actividad empresarial siempre conllevan riesgos, y no todos los fracasos son culpa de quienes los sufren.
Con los avances sociales y legales, se comenzó a entender que no todas las personas que se arruinan son culpables de su situación. En Estados Unidos, por ejemplo, se crearon leyes como el Chapter VII, XI y XIII del Código de Quiebras para ayudar a las personas en problemas financieros a empezar de nuevo, siempre que no hubieran actuado de forma negligente.
En España, existe algo parecido con la Ley Concursal y el mecanismo de segunda oportunidad. Esta ley permite que las personas que no pueden pagar sus deudas queden libres de ellas, siempre que no hayan actuado de manera irresponsable. Entre las razones que podrían impedir este beneficio están:
Si no se demuestra ninguna de estas causas, el juez puede liberar al deudor de sus deudas, dándole la posibilidad de empezar de nuevo.
Aunque la ruina económica sigue siendo mal vista, es importante cambiar esta forma de pensar. La ley de segunda oportunidad no es un favor, sino un derecho que ayuda a las personas a salir adelante sin sentir vergüenza por sus errores financieros.
Podemos comparar este derecho con los servicios de salud. Así como nadie debería quedarse sin tratamiento médico por no poder pagarlo, tampoco nadie debería quedar excluido socialmente por no poder pagar sus deudas.
Negar este derecho sería un retroceso. Las personas que no tienen opciones para resolver sus deudas pueden acabar en la pobreza, depender de trabajos informales o incluso recurrir a actividades ilegales para sobrevivir.
El personaje Jean Valjean de Los Miserables de Victor Hugo es un buen ejemplo de cómo la falta de una segunda oportunidad puede generar sufrimientos innecesarios. Si hubiera tenido acceso a un sistema que le permitiera recuperarse, su vida habría sido muy distinta. Sin embargo, sin esos problemas, el mundo también habría perdido una de las obras más influyentes de la literatura romántica.
Eliminar el estigma del sobreendeudamiento pasa por entender que la segunda oportunidad es un derecho que todos merecen. La sociedad debe apoyar a las personas que pasan por problemas económicos y darles las herramientas necesarias para empezar de nuevo.
Además, es clave informar a la gente sobre esta opción. Muchas personas con problemas financieros no saben que existen mecanismos legales que pueden ayudarles. Educar e informar es fundamental para que más personas puedan beneficiarse y recuperarse sin miedo al juicio social.
Garantizar la segunda oportunidad no solo ayuda a quienes están endeudados, sino que beneficia a toda la sociedad. Una comunidad que apoya a las personas para levantarse después de una crisis financiera es más inclusiva, estable y solidaria. Al final, todos merecemos una segunda oportunidad para empezar otra vez.
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